Las primeras vacunas

Motivado por todos sus descubrimientos, Pasteur investigó otras enfermedades infecciosas, causadas por otros microorganismos. Una de ellas fue el cólera, una infección provocada por una bacteria que afectaba a los pollos y era mortal para estos animales.

Un día de 1878, mientras estudiaba estos microorganismos, antes de irse de vacaciones, dio instrucciones a su asistente para que infectara a algunos animales con bacterias que había cultivado en su laboratorio. Pero el asistente se olvidó, y las bacterias siguieron desarrollándose en su recipiente hasta que ya casi estaban muertas. Igualmente, Pasteur decidió inyectar esas bacterias débiles y, para suerte de los pollos, los animales solo se enfermaron levemente y no murieron. Además, al exponerse otra vez a bacterias no desarrollaron la enfermedad.

Casi un siglo antes, en 1796, el médico inglés Edward Jenner (1749-1823) había hecho un estudio similar, pero para la viruela, una enfermedad contagiosa por contacto entre personas, temida y extendida en su época.    

Mientras Europa vivía una epidemia de la enfermedad, Jenner había observado que varias mujeres que se dedicaban a ordeñar vacas se contagiaban de una forma de viruela que afectaba al ganado ("viruela de las vacas"), pero solo desarrollaban síntomas leves. En cambio, entre la población general, esta enfermedad era grave y producía gran mortalidad. Lo que pensó Jenner es que esa exposición a la viruela de las vacas podía estar protegiendo a las personas de la viruela humana.

El médico inglés Edward Jenner fue el primero en crear una vacuna experimental contra una enfermedad, la viruela. El niño James Phipps, de 8 años, fue el primero en recibirla en mayo de 1796. 

Aunque su experimento no podría realizarse en la actualidad por las cuestiones éticas que involucra, en aquella época Jenner pudo comprobar directamente su teoría en personas sanas. Así, en 1776, decidió infectar a un niño poniéndolo en contacto con una mujer que padecía viruela bovina. Como era de esperar, el niño desarrolló la enfermedad, pero solo tuvo fiebre leve y se curó a los pocos días. Después, el médico expuso al niño directamente a la viruela humana y, comprobando su teoría, el niño no se enfermó. Por esta primera experiencia se considera a Jenner como el inventor de la vacunación.

Sobre esa base, y con la experiencia que había ganado estudiando el cólera, Pasteur avanzó un paso cuando en la década de 1880 una epidemia de ántrax (también conocido como carbunclo) estaba haciendo estragos en Francia, afectando a las ovejas, pero también a los humanos.

Unos años antes, el médico alemán Robert Koch (1843-1910) —el mismo que luego sería reconocido por identificar el bacilo de la tuberculosis— ya había aislado la bacteria causante del ántrax, el Bacillus anthracis, así que Pasteur decidió probar si una variante debilitada del mismo microorganismo podía proteger de una infección. Su método, de ser efectivo, no involucraba la necesidad de un animal enfermo, por lo que también sería más seguro para las personas.

El primer paso fue, entonces, cultivar el bacilo en su laboratorio para conseguir una versión más débil. Cultivar un microorganismo en un laboratorio supone colocar una muestra de algún tejido enfermo en un recipiente de vidrio, agregar algún tipo de sustancia con nutrientes que sirvan de alimento para los organismos y luego esperar a su crecimiento.

Cuando logró hacer esa tarea y obtener los bacilos más débiles, hizo una prueba en ovejas cuyo éxito convenció hasta a los más escépticos de su época.

El experimento fue en una estancia al sur de París llamada Pouilly-le-Fort e implicó la vacunación de 50 ovejas. Con intervalos de 12 días, la mitad de esas ovejas recibiría dos dosis de vacunas con distinta virulencia, mientras el otro grupo no tendría ninguna. Otros 12 días después, las 50 ovejas serían infectadas con una variante natural de ántrax de alta virulencia. Pasteur postulaba que solo sobrevivirían aquellas ovejas a las que se les había administrado las vacunas, mientras que el resto moriría.

Corría el año 1881 y la prueba se realizó ante la atenta mirada de médicos y científicos, descreídos de la posibilidad. El resultado fue concluyente: solo murieron las ovejas sin vacunar. El evento se conoció como el Experimento de Pouilly-le-Fort y la repercusión fue tal que en 1882 Pasteur es elegido miembro de la Academia de Ciencias de Francia. La vacuna contra el ántrax se aplicó a gran escala en Europa y logró reducir drásticamente la mortalidad de las ovejas.

Pouilly-le-fort (Francia), sitio donde se realizó el primer ensayo clínico de una vacuna.

Además, como parte de su estudio, Pasteur identificó cuál era la vía de contagio de la enfermedad al observar que el bacilo podía transportarse con los gusanos que invadían el cadáver de las ovejas muertas. Así, cuando los gusanos estaban en contacto con animales sanos, los contagiaban. Este hallazgo también redujo la diseminación del ántrax.

Pasteur no dejaba de asombrar a la comunidad de la época. Sus logros surgían tanto de estudios en la industria del vino como en el área veterinaria, y aportaban conocimientos revolucionarios sobre la naturaleza y funciones de microbios y gérmenes. No era raro entonces que el éxito del tratamiento de enfermedades animales trasladara el interés de Pasteur hacia la medicina humana.

En estos años, el científico había sufrido un accidente cerebrovascular que le había dejado una parálisis en un brazo. Sin embargo, eso no detuvo su trabajo que más tarde tendría a la rabia como objeto de estudio.

Aunque no tan frecuente en humanos, la rabia era una enfermedad mortal, que afectaba el sistema nervioso tanto de niños como de adultos.

El inicio, sin embargo, resultó ser bastante frustrante. Por un lado, los microscopios de la época no eran lo suficientemente potentes como para visualizar el virus. De hecho, recién en 1962, con la invención y construcción de los primeros microscopios electrónicos, logró observarse el virus de la rabia por primera vez.

Además, las primeras pruebas que Pasteur realizó en perros junto a su colaborador Émile Roux (1853-1933) —quien más tarde fuera director del Instituto Pasteur de París durante 29 años— no funcionaron.

Los primeros resultados positivos empezaron a verse al hacer estudios en conejos infectados y, a partir de muestras de médula espinal de estos animales, pudo producir una vacuna con virus vivos, pero de virulencia atenuada. El científico, entonces, inyectó secciones de médula espinal de esos conejos en perros infectados, a los que luego les administró preparaciones de virus de mayor virulencia. Estos perros, finalmente, no desarrollaron la enfermedad: habían quedado protegidos por la vacunación.

Pero ese camino no fue fácil. Pasteur y sus colaboradores Roux y Charles Chamberland (1851-1908) debieron trabajar con perros y conejos rabiosos, manipulando tejido infectado, haciendo ensayos y viendo fallar muchos de ellos. Fue recién en 1884, cuando Pasteur, Roux y Chamberland lograron anunciar el logro ante la Academia de Ciencias de Francia, la cual nombró una comisión de estudio para evaluar la eficacia del método. Pero a pesar de los resultados satisfactorios con perros, Pasteur y los expertos de la época no estaban del todo seguros de probarla en humanos.

Sin embargo, un año después, una mujer llegó a su laboratorio y le pidió ayuda para salvar a su hijo pequeño que había sido mordido 14 veces por un perro rabioso. El niño, Joseph Meister, iba a morir sin dudas, por lo que finalmente decidieron probar la vacuna en él. Así fue que, en colaboración con el médico Jacques-Joseph Grancher —pues Pasteur no era médico— durante varias semanas, Pasteur inyectó el virus debilitado en el niño.

Retrato de Louis Pasteur con Joseph Meister (izquierda). Ilustración publicada en la revista Harper's Weekly en diciembre de 1885 que muestra a un niño con síntomas de rabia recibiendo la nueva vacuna desarrollada por Pasteur (derecha).

La ansiedad por un resultado positivo del tratamiento propuesto para Joseph Meister era tal que Pasteur se tomó unas breves vacaciones en Borgoña. En todo momento esperaba la llegada de un telegrama comunicándole el peor desenlace. Pero ese mensaje nunca llegó. A su regreso en París, el químico se encontró con la noticia de que el niño se había recuperado completamente.

La prensa, Pasteur y la vacuna contra la rabia: retratado como un santo en la revista "Le Courrier Français" del 4 de abril de 1886 (izquierda); como si fuera un ángel en "Le Don Quichotte", el 13 de marzo de 1886 (centro); y como un ícono en "Le Petit Journal", el 13 de octubre de 1895, después de su muerte. (© Institut Pasteur, Musée Pasteur). 

Sin embargo, la vacuna se usó recién por segunda vez un año después, en 1885, cuando llegó un adolescente de 15 años, Jean-Baptiste Jupille, que había sido mordido cuando defendía a otros niños de un perro rabioso.

Fue entonces que el tratamiento se extendió y atrajo a miles de personas que buscaban recibir el mismo tratamiento. De un total de 2.500 vacunadas en unos meses, solamente diez no lograron sobrevivir.

Así surgió la primera vacuna efectiva en humanos, que no solo derivó en el desarrollo de otras contra diferentes enfermedades, sino que sembró en la mente de Pasteur su próximo legado científico.