De gusanos y gérmenes

El éxito que tuvo el aporte de Pasteur a la industria del vino a fines de la década de 1860 hizo que nuevamente fuera llamado a aplicar la ciencia en la resolución de un problema que afectaba a otro sector industrial: la producción de seda natural.

La historia de la seda comenzó en China unos 2.500 años a.C. cuando, según la leyenda, Xi Lingshi, esposa del emperador Huang Ti, encontró en un árbol de morera unos gusanos que dejaban a su paso unos capullos blancos. La emperatriz observó que, al sumergir los capullos en agua tibia, se descomponían formando filamentos brillantes que podía hilarse.

Así nació la sericicultura, como se llama a la cría del gusano de la especie Bombyx mori para la producción de ese material como fibra textil. Durante siglos, esta actividad artesanal fue creciendo y desarrollándose en China, hasta que en el siglo XIII comenzó a extenderse a Europa. Primero fue Italia, luego otros países, y en el siglo XVI, la ciudad francesa de Lyon se convirtió en la capital europea de la seda.

Allí, la producción de seda comenzó a industrializarse y alcanzó un auge impulsado por el interés por los tejidos de seda en la sociedad de la época. 

Por eso, cuando a mediados del siglo XIX, los productores de gusanos observaron la muerte masiva de sus pequeños obreros, el impacto económico del problema llevó a la búsqueda de soluciones en todas las áreas, incluso la ciencia. 

Era 1865 y la plaga que mataba a los gusanos en Francia no solo era una amenaza para la economía de ese país, sino que también para otros productores como Italia, Austria y Asia Menor.

Algunos expertos habían avanzado en algunas explicaciones al fenómeno, pero fue Pasteur quien finalmente descifró el misterio. En su laboratorio, el científico se enfocó en el estudio de los gusanos y descubrió dos enfermedades que los afectaban: la pebrina y la flacidez.

Mediante experimentos y muchas horas mirando los gusanos bajo el microscopio, Pasteur describió la pebrina como una enfermedad contagiosa y hereditaria causada por un hongo que provocaba pequeñas manchas oscuras en las orugas y era mortal a los pocos días. La flacidez, en tanto, era causada por una bacteria que afectaba el sistema digestivo de los gusanos, los volvía lánguidos y perezosos y finalmente los mataba.

Pero quizás más importante que identificar la causa del problema, el aporte de Pasteur fue la comprensión de cómo se desarrollaba la enfermedad y por qué se extendía entre los gusanos ante la mirada desesperada de los productores. Precisamente, al entender la causa de la enfermedad, Pasteur logró proponer algunas medidas que podía evitar su propagación y recomendó, por ejemplo, identificar pronto a los gusanos enfermos y separarlos del resto para que los demás no se infectaran.

En el siglo XVI Lyon fue considerada la capital europea de la seda.

También introdujo la idea de que ciertas condiciones que favorecían el contagio e hizo referencia a algunas reglas de higiene, como la buena ventilación y cuarentena de los gusanos que se sospechaba que podían estar enfermos.

En su época, estos conceptos simples —pero aún poco conocidos— salvaron a la industria de la seda de la ruina, pero, sobre todo, tuvieron un impacto más allá del problema original, pues abrieron el camino para el estudio de las enfermedades contagiosas. Por primera vez se comprobaron científicamente los problemas de herencia y contagio, y se establecieron normas de higiene.

Había llegado el momento de que Louis Pasteur pusiera su foco en las enfermedades humanas.

Teoría microbiana de las enfermedades

Durante siglos, la humanidad creyó que la salud de una persona dependía del balance de cuatro fluidos del organismo conocidos como humores: la sangre, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla. Así, cuando el equilibrio entre estos elementos se rompía por alguna razón, surgían las enfermedades. Bajo ese concepto, por ejemplo, una práctica habitual para curar algunas enfermedades era provocar el sangrado de una persona con el fin de restaurar el equilibrio a través de ese fluido.

Esta Teoría de los Cuatro Humores se mantuvo durante más de 2.000 años, y si bien tuvo algunos detractores a lo largo del tiempo, fue recién en 1858 cuando el médico alemán Rudolf Virchow (1821-1902) dio un paso importante en el conocimiento de la biología humana. Entre muchos otros conceptos que dieron nuevo impulso a la medicina moderna, el experto planteó la existencia de la célula como unidad de origen de los seres vivos y describió a las enfermedades humanas como trastornos que afectan a las células del organismo.

En ese escenario estaba también Pasteur con sus microorganismos, que después de estudiar su rol en el vino, la cerveza y los gusanos, aportó otro conocimiento revolucionario: la idea de que los microorganismos —seres invisibles y aún desconocidos— podían ser la causa de enfermedades en humanos y animales.

Esos microorganismos, postulaba el científico, infectaban a un organismo, se reproducían y causaban diferentes trastornos. Surgían así los conceptos de "germen", un microorganismo que es capaz de enfermar; y de "enfermedad infecciosa", aquella causada por un germen. Sobre esa base, Pasteur refutó la teoría de los humores y describió, en 1878, la Teoría Microbiana de las Enfermedades Infecciosas.

Esa teoría generó al inicio cierta polémica, sobre todo porque Pasteur no era médico, sino un químico. Sin embargo, a los pocos años, el médico alemán Robert Koch (1843-1910) confirmó la teoría a partir de sus investigaciones en la tuberculosis al probar que era causada por un microorganismo específico. Por ese trabajo, Koch recibió el Premio Nobel en Medicina en 1905.

Pero antes de esa aceptación, la idea de Pasteur de que los microbios estaban en el aire y podían causar enfermedades fue difícil de asimilar. La idea de que las enfermedades podían contagiarse de una persona a otra tampoco era tan obvia. Sobre todo, porque aún faltaba comprender las formas de transmisión de las enfermedades.

Mientras la ciencia iba avanzando hacia ese lugar, Pasteur afirmaba que para evitar ciertas enfermedades era esencial tomar algunas medidas simples, como aislar a los enfermos, lavarse las manos y evitar la exposición a los microbios. De hecho, aun sin ser médico, pero confiando en sus conocimientos sobre los gérmenes y el proceso de pasteurización, en 1871 sugirió a los cirujanos de los hospitales militares que era necesario hervir el instrumental y los vendajes que aplicaban a los soldados heridos en la guerra franco-prusiana para eliminar posibles gérmenes. Incluso describió un horno, llamado "horno Pasteur", que serviría para hacer más seguro el instrumental quirúrgico. El principio de ese horno todavía se usa para esterilizar materiales.

En esa línea, los aportes también de Koch y del cirujano británico Joseph Lister (1827-1912) fueron clave para reducir la mortalidad por infecciones en los heridos y en los pacientes sometidos a cirugías. Siguiendo los trabajos de Pasteur sobre los gérmenes, Lister también los vinculó como causa de las infecciones de las heridas y buscó una sustancia química que pudiera matarlos. Así identificó el ácido carbólico (conocido como fenol), que se considera el primer antiséptico.

De ese modo, desde el vino y los gusanos de seda, Pasteur irrumpió con sus ideas y descubrimientos en el campo médico. Y eso solo fue el comienzo... Todavía habría más.